Gudelj, Gustavo López o Songo’o definen el amor por una tierra que les atrapó no sólo en el fútbol sino en el resto de su vida una vez retirados. Celta y Deportivo viven momentos dulces en la Liga BBVA llamando la atención lejos de nuestras fronteras. Leyendas del pasado repasan las claves y la conexión con la Galicia más acogedora y futbolera de siempre.
LUCÍA TABOADA (@TaboadaLucia) para REVISTA LIBERO.- Gudelj se destapó su camiseta empapada en sudor y recorrió las pistas que rodeaban el viejo foso de Balaídos detrás de la portería de Fondo y Marcador. Bajo ella lucía otra con un mensaje: “Gracias aficion”. El Celta acababa de clasificarse para la UEFA con Vlado como jugador mas representativo de esa decada de los noventa. Los ecos del “Gudelj, Gudelj” nunca han dejado de resonar en la ciudad. En 2012 con el ascenso del equipo a la Liga BBVA y con Vlado en el banquillo como delegado técnico. “Ya son 21 años en Vigo”, enumera el bosnio con satisfacción. Gudelj entrena ahora como uno mas. Como quien necesita sentirse cerca del campo. Conserva gestos marcados, contundentes y esa tez robusta en la que se dibujan muchas vivencias. Siempre ha antepuesto el contacto con la gente a la fama, especialmente con sus compañeros de vestuario. “Creo que la naturalidad no se aprende, se nace con ella, siempre he sido una persona cercana al público. A veces es complicado pero fácil a la vez porque tienes la oportunidad, somos unos privilegiados que hacemos lo que nos gusta”. Y hace hincapié “muy afortunados”. Su casa, su mujer Snezana, sus hijas, Balaídos.
Todo ello definió su relacion con la ciudad. Cuando llegó mermado por la tragedia que asolaba su pais se topo con “la ONU“. Un vestuario repleto de nacionalidades, religiones, peculiaridades y colores. Y en el mar, en ese atlántico vigués que calma la luz y adormece los sentidos, en la ría que hizo surcar al ingenio naútico de “20.000 leguas de viaje submarino”, descubrió aromas familiares a su patio de juegos en las playas pedregosas del Adriático.
“En Vigo encontré trabajo, familia y el bienestar” asegura. Es común verle con Ratkovic en las terrazas aledañas a la Plaza de América, el mismo lugar donde la afición celebra sus victorias. Vlado y Milorad se conocieron en Bosnia a inicios de los años ochenta. Eran tiempos de cambio en la república socialista integrante de Yugoslavia que veía nacer una cantera de futbolistas que tendría gran trayectoria en el fútbol europeo. En 1992 proclamó su independencia tras la Guerra de los Balcanes. Una lucha fratricida que resquebrajó el país y una lenta posguerra que dejaron recuerdos nítidos en la memoria de los futbolistas. Ambos se refugiaron en el fútbol español y ambos volverían a reencontrarse en el Celta. “El destino quiso que nos uniésemos en Vigo y una vez retirados en otras parcelas del club”, cerciora Ratkovic.
Milorad recayó en el Celta el verano de 1992 procedente del inolvidable Estrella Roja de la Copa Intercontinental y la Copa de Europa jugando al lado de hombres como Savicevic.
Desde el 2001 entrenaba a las categorías inferiores del equipo vigués hasta que en el ano 2008 le reclamó el club para sus despachos. Dos años más tarde entraría a formar parte de la secretaría técnica, con el seguimiento de ligas, jugadores y selecciones. Hasta hoy. Los mechones blancos han ido venciendo terreno en su cabello y su rostro bronceado ilumina una sonrisa madura. “Estoy viviendo una etapa de mi vida muy bonita. Me estoy reencontrando con la Liga BBVA, me siento valorado y comprometido” afirma con un español casi perfecto con pequeños dejes balcánicos. El, como Vlado, no imagina su futuro a corto plazo mas allá de las Rías Baixas. “Mis planes a corto plazo estan en el Celta y en la ciudad. Me gustaría quedarme para toda la vida”.
Para Gustavo Lopez Vigo fue un hallazgo maduro. Venía del Zaragoza y era un viejo conocido del entonces técnico celeste Víctor Fernandez. Su documento de identidad dice que nació en el municipio bonaerense de Valentín Alsina en 1973 pero desde que pisó suelo vigués en 1999 ha ejercido como tal. “Mi adaptación a la ciudad fue muy fácil, Víctor me conocía mucho y yo a él, teníamos un equipazo. Una ciudad de gente humilde, cuya personalidad me enamoró”, recuerda.
En el sur de Galicia vivió su época dorada como jugador. Su compromiso con el club era tal que fue uno de los pocos jugadores valiosos del equipo que se quedó en Vigo tras consumarse el descenso a Segunda división en el año 2004. Cuando se fue al Cádiz tras no llegar a un acuerdo con el club por la renovación de su contrato se apagó una llama del celtismo, el mismo que reclamaba “once Gustavos” cada domingo.
Tras colgar las botas se instaló en la ciudad olivíca con sus hijas, una de las cuales recibe su nombre en honor al equipo: María Celeste. “Me quedé en Vigo por la calidad humana de la gente, porque aquí fui forjando mi futuro”. La Galicia de labios desgarrados por el mar es ya su casa. Madrid, su segunda residencia como comentarista televisivo.
Rías Altas
El Atlántico en A Coruña es más feroz y fragoso como un camerunés de nombre Jacques Songoo, el portero sonriente que comenzó jugando descalzo en las calles de su país. Lendoiro le trajo a A Coruna en la campana 1996-1997 y vivió la época dorada del deportivismo con la consecución del
título de Liga BBVA en el año 1999. Y en otro de esos movimientos inesperados del presidente coruñés volvió con 39 años de edad cuando su carrera parecía extinguida tras un paso furtivo por la Liga francesa para ocupar el tercer puesto el escalafón de los guardametas de la plantilla. “Fueron años inolvidables”, recuerda.
A Coruña fue elegida como su ciudad de retiro. “Tomé la decisión de quedarme a vivir en Galicia porque aquí encontré todo lo que estaba buscando: una cultura similar a la de mi país, de gente amable y sincera. Ese fue el factor decisivo para quedarme”. No es el único veterano que ha elegido la ciudad de la Torre de Hércules como refugio. Donato o Andrade se mueven con naturalidad entre las pedregosas calles coruñesas y a menudo se reúnen con otros autóctonos como Fran.
“Quedamos para entrenar, para partidos amistosos, el contacto es constante” dice Songo’o. Como Ero de Armenteira quien encontró el paraíso y perdió la noción del tiempo entre los montes galaicos, todos pasan sus días de madurez acomodados a los afectos de la tierra.
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