Quienes se extrañen al ver una camiseta del Sporting de Gijón enmarcada entre trofeos y demás reliquias futboleras tras la barra de un bar en una ciudad del medio oeste de los Estados Unidos, quizá deberían leer esta historia. Un viaje de la minería asturiana con un balón en la maleta.
Texto y Fotografía Luis Argeo
En el barrio de Carondelet, al sur de San Luis (Misuri), todavía predominan las casas familiares de ladrillo visto que se construían hace un siglo junto a humeantes fábricas siderúrgicas pegadas al río Misisipí. Uno de esos edificios rojizos, ubicado en la esquina de la avenida Michigan y Blow Street, alberga desde 1937 la emblemática Spanish Society, fundada por emigrantes españoles diez años antes. Además de un modesto teatro o de un apañado secadero de chorizos artesanos, la asociación cuenta con una cantina donde sus socios aún se enzarzan en reñidas partidas de cartas o con el tradicional juego de la rana, y donde dos televisores de plasma emiten fútbol europeo pasado el mediodía. Corría el año 2011 con un Real Madrid – Sporting de Gijón en la pantalla de aquella cantina cuando, tras un par de regates, un anciano preguntó por uno de los jugadores rojiblancos, el centrocampista Nacho Cases. “¿No será ese Cases el nieto de Chus?”. La respuesta afirmativa llevaba implícito el gran asunto que vincula la histórica ciudad de San Luis con el balompié: la emigración.
A principios del siglo XX, grandes vapores cruzaban el Atlántico cargados de emigrantes europeos con deseos de prosperar en un nuevo continente. Durante ese cambio de siglo, cuatro millones de españoles hicieron las maletas con tanto miedo y hambre como ilusión. Aunque en su mayoría embarcaron rumbo a países de habla hispana, algunas decenas de miles pasarían por el control de la isla de Ellis, en Nueva York, antes de subir a trenes y proseguir viaje en busca de fábricas con nombres impronunciables en lugares como Ohio, Kansas o Misuri. Se cuenta que un vasco afincado en la gran manzana, don Valentín Aguirre, recibía a compatriotas en los muelles de Manhattan y les daba cobijo en su pensión de Cherry Street. A los paisanos que continuaban viaje les dispensaba bolsas con tantos víveres como días de tren tuvieran por delante. Además, sobre un cartón prendido a la solapa escribía el destino final de su periplo. Así, el revisor del tren sabía dónde apearlos del vagón. Se cree que Atanasio Fernández y Ángel García fueron los primeros en detenerse en la estación de San Luis, en 1901. Allí había trabajo para ellos. La fábrica Edgar Zinc Co. requería mano de obra, y no tardaría en reclamar más trabajadores de la misma región que aquellos dos cualificados hombres.
Así, en pocos años, mientras la gente en la ciudad tarareaba la canción Meet Me in St. Louis disfrutando de la boyante Exposición Universal y de los terceros Juegos Olímpicos de la era moderna, junto a aquella fábrica de zinc se fue estableciendo una colonia española formada mayoritariamente por familias ligadas a la fundición de zinc que la Real Compañía Asturiana de Minas explotaba en la localidad costera de Arnao (Asturias). Tantos hombres llegaron a Carondelet en busca de casa y trabajo, que nuevas fábricas ubicadas al otro lado del río, en lugares como East Saint Louis, Granite City, Fairmont City, incluso en estados más lejanos como Virginia Occidental o Pensilvania, acabarían conociendo la maña de aquellos asturianos frente a los hornos de zinc. Todos estos barrios y ciudades fabriles formaron vibrantes colonias muy conectadas entre sí durante las primeras décadas del siglo, de igual modo que habían hecho ya emigrantes alemanes, irlandeses o escoceses.
Descárgate el artículo completo (dentro del número 16) en ‘Revista Líbero’ en los siguientes enlaces:
* Para iPad/IPhone http://ift.tt/1Sw9Lmf
* Para Android http://ift.tt/1j51Eye
from LigaBBVA.com http://ift.tt/1S1glfo
via IFTTT
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire