En la década de los 90 el fútbol italiano era la gran envidia de la Liga española. Los mejores estaban allí y los títulos también. Italia intenta recuperarse en estos tiempos de haber perdido una plaza de Champions al mismo tiempo que un grande de la Serie A sigue sufriendo. El Inter de Milán perdió el fin de semana pasado el que siempre fue el gran clásico del país frente a la Juventus. Los tiempos de gloria están muy lejanos para un club que bien conoce el periodista Enric González tras sus años como corresponsal en Italia. Luis Suárez, el único Balón de Oro español, era su referente.
*ENRIC GONZÁLEZ.- La última semana de mayo de 1967 marcó el final de unos años gloriosos. Aquel equipo no podía aspirar a la supremacía histórica del fútbol italiano, algo que corresponderá siempre al malogrado Gran Torino de los 50, y tal vez fuera igualado, más tarde, por el Milan de Sacchi, Baresi y los holandeses. Pero el Gran Inter dictó la ley entre 1962 y 1967, un quinquenio de dulzura irrepetible para Italia: los años de Celentano, de Mina, de los Beatles traducidos al italiano, del “Fiat Cinquecento”, de los gobiernos democristianos más progresistas, del Concilio Vaticano II, del progreso económico fulgurante. El Gran Inter acabó con la era clásica, representada por el Real Madrid de Di Stefano, y cedió el testigo al Ajax de Cruyff, emblema de la modernidad. Fue un equipo realmente grande.
Luis Suárez es hasta la fecha, el único Balón de Oro español
Tratándose de una institución tan caótica e impredecible como el Inter, todo ocurrió por una cadena de casualidades. Angelo Moratti, que había hecho fortuna refinando petróleo, asumió la presidencia en 1955 y se dedicó a lo mismo que su hijo Massimo, actual presidente, hasta la “Champions” de 2010: derrochar dinero y contemplar derrotas. En 1960 hizo algo típicamente interista y contrató por una fortuna a un
entrenador bocazas, Helenio Herrera, que había triunfado en España y se autoproclamaba profeta del fútbol ofensivo. A partir de ese momento, las cosas empezaron a salir al revés. O sea, bien.
Así recordaba Gianni Brera, el mejor cronista deportivo de la época, la llegada de Helenio Herrera a Milán: “En cuanto pudo abrir la boca tronó contra el `catenaccio’, pero al cabo de un mes puso un líbero; al año siguiente redescubrió a Burgnich y colocó a Picchi a las espaldas de Guarnieri; tras unas cuantas temporadas de victorias abrumadoras con un juego calculador e incluso tacaño, sólidamente fundado sobre
la defensa, Herrera salió por el mundo a predicar como propio el verbo pragmático del `catenaccio´a la italiana”.
La defensa, clave del Gran Inter, se improvisó para salir del paso. En el lateral derecho estaba Tarsizio Burgnich, un tipo del que la Juventus prescindió por tosco y malencarado; en el izquierdo se asentó Giacinto Facchetti, un antiguo `sprinter’ de atletismo que había probado fortuna como
delantero centro; como líbero fue ensayado un lateral mediocre, Armando Picchi; el “stopper”, Aristide Guarnieri, era otro lateral reconvertido y con una inquietante fobia a cometer faltas. Burgnich resultó el mejor marcador del continente (que le pregunten a Gento); Facchetti, un prodigio de velocidad, elegancia y capacidad goleadora; Picchi fue el modelo de Baresi, no hace falta decir más; a Guarnieri no se
le escapaba un balón.
Herrera convenció al presidente Moratti de que fichara al mejor: Luis Suárez, el interior del Barcelona que en 1960 había obtenido el Balón de Oro
Con una defensa así, al “mago” Helenio Herrera, obsesionado con la preparación, la alimentación y las tácticas, se le ocurrió que el Inter debía jugar al contraataque. Para eso hacían falta un buen lanzador y un par de puntas veloces. Herrera ya tenía un delantero rápido, Mariolino Corso, pero no le soportaba: el “zurdo de Dios” no atendía a tácticas ni disciplinas, y el “mago” intentó durante tres años consecutivos
que le echaran. También circulaba por ahí un chaval, Sandrino Mazzola, al que parecía pesar demasiado el apellido de su padre, el gran Valentino Mazzola, capitán del Gran Torino y fallecido, como el resto del equipo, en la tragedia de Superga. Italia, Sandrino venía a ser algo así como John John
Kennedy, el niño desolado en el entierro del papá-presidente: todo el mundo le recordaba como el elemento más emotivo de las ceremonias fúnebres posteriores a Superga. Ya crecido y convertido en un futbolista espigado, Sandrino suscitaba dudas. Y un cierto paternalismo de los contrarios: en un partido decisivo para el “scudetto” contra la Juventus, que el Inter jugó con los juveniles para protestar por las cacicadas turinesas, los juventinos (que ya ganaban 9-0) hicieron a propósito un penalti para que lo lanzara y marcara
el hijo de Valentino.
Faltaba el hombre de los pases, el arquitecto del equipo, y Herrera convenció al presidente Moratti de que fichara al mejor: Luis Suárez, el interior del Barcelona que en 1960 había obtenido el Balón de Oro. Moratti pagó por él el traspaso más alto del fútbol mundial hasta la fecha, 250 millones de liras. Conviene precisar que esa suma, en dinero actual, rondaría los 200.000 euros. Eso valía entonces el centrocampista más brillante de Europa….
*El texto completo se puede encontrar en el número 2 de Revista Líbero.
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